Siendo un adulto, llegando a mi treinta-avo cumpleaños creía tener todas mis necesidades básicas cubiertas, creía conocer a mi familia, creía entender por completo quién era mi padre y el rol que cumplía en mi vida para este momento. Guardaba en mi memoria recuerdos de él, de la relación que tuvimos durante mi niñez, juventud y madurez; De las discusiones y las enseñanzas que me dio y que no me dio. Así también como de los difíciles momentos que pasamos, en los que él fue mi apoyo completo o yo tuve que hacer el suyo.
Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Juan 17:24
Recuerdo pensar en él, en un principio como mi súper héroe, como la persona que a pesar de sus circunstancias podría cubrir todo lo que estuviera en mi mente y que calificara como necesidad. Lo veía como un padre proveedor capaz de todo lo que se impusiera y de alcanzar a soportarme incondicionalmente en todo lo que pudiera llegar a necesitar.
Con el pasar de los años su salud se debilitó, los problemas económicos llegaron a casa y mi capacidad para entender y participar e involucrarme en los problemas crecio. Fue en esos momentos cuando pude conocer la debilidad de mi padre, su sentido de adultez y todas las cosas que había dejado de enseñarme por amor a mi y miedo a él.
Lleno de debilidades y fortalezas, salí al mundo calificado en algunas áreas y descalificado en otras, conocí un mundo en el que mi padre no estaría presente en todo momento y en donde mis necesidades de ninguna manera podrían ser cubiertas por el, en donde mis necesidades y la necesidad de tener compañía deberían ser satisfechas por alguien más.
No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. Lucas 12:32
Una batalla, un escenario en el que entre solo y en el que batalle solo como un hombre en medio de la selva sin preparación alguna, por años. Un escenario que exigia todo de mí, que conforme pasa el tiempo me exigía hacerme autosuficiente y me llamaba a entender que dependía de mí y que todo lo que no había aprendido, era un retraso.
Insuficiente!, me sentía mal todas las veces que se me presentaba una necesidad. Insuficiente!, fue la palabra que use para juzgar a mi padre en muchas ocasiones. ¡Débil!, fue como me sentí muchas veces, cuando no pude acudir a mi padre a solicitarle ayuda y soporte económico. Débil, me sentí cuando los problemas de pago me impidieron aceptar una oportunidad o pagar por mis propias necesidades.
Lleno de decepciones y falto de esperanza, mi relación con mi padre se hizo añicos y quedó reducida a nada. Lejos de mi padre, solitario, no encontré poder humano que me sacara de la desesperación, dada mi incapacidad para resolver los problemas por los que atravesaba, no conseguí opción diferente a acudir a Dios y poner en él mi fe, sueños y necesidades. En el encontré tranquilidad, encontré alguien con quien desahogarme y en quien volver a sentir paz.
En él encontré paz y encontré a alguien a quien llamar padre, quien podría sostenerme en todo escenario y situación. Que no tenía límites para mi y que económica, financiera y físicamente siempre permaneceria en su mejor forma. Un padre que me hacía heredero de todo lo que estaba a su alrededor y que no solo respondería por mi, si no que seria además mi mejor amigo.