Habiendo pasado por una de las temporadas más tormentosas de mi vida en el último mes. Mes en el que mi situación económica se había puesto contra a la pared, mi situación familiar contra las riendas, mi situación sentimental se había reducido a confrontaciones en las que me negaba a querer y mi futuro era tan incierto como una lotería.
Me encontraba viviendo al filo del fracaso, al filo de la bancarrota, a punto de perder a mi padre y a mi abuela; y para rematar sin un futuro que pudiera describir ante alguien de forma concisa. Con múltiples excusas y argumentos para negarme al éxito, para entrar en depresión y para declararme perdedor. Me encontraba disfrutando de cada día como si fuera el último, me encontraba viviendo como en un espacio sin gravedad, en donde todo flotaba alrededor, en donde el desorden era tan grande que si todo llegara a su estatus normal sería un desastre total.
Esta es la confianza que delante de Dios tenemos por medio de Cristo. No es que nos consideremos competentes en nosotros mismos. Nuestra capacidad viene de Dios. Él nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto, no el de la letra, sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida. 2 Corintios 3:4-6
Confiando en que había tomado la mejor decisión de mi vida, en que era ahora o nunca, en que el tiempo que estaba viviendo no se repetiría, en que había encontrado valor en las cosas que nunca habían tenido valor para mi; mi familia, mi apellido, mi legado y mis amigos. Me levantaba cada día agradecido y listo para ver la sorpresa y el recuerdo que estaba por vivir. Un recuerdo que guardaría por el resto de mi historia y que dejaría impuesto en mis seres queridos, con quienes no había tenido la oportunidad de compartir durante los últimos 8 años más que unos días o unas horas.
Terminando un año como en cámara lenta, a disposición de todos, en donde todo había consistido en dejar de ser solo yo, para empezar a hacer el integrante de familia y la persona que sentía, disfrutaba y gastaba. Me encontraba descansado, fresco y en un estado de relajación mental que a pesar de las circunstancias no me dejaba entrar en preocupación, no me dejaba pensar más allá de lo que vivia hoy e invalidaba mis planes del mañana.
Siendo la imagen más similar a mi situación, un estado de coma, en el que dependes totalmente de las máquinas a tu alrededor, tu cuerpo no siente dolor físico describible y tu mente se encuentra tan detenida que no conecta un pensamiento que le permita llegar estresarse. Un estado en el que eres totalmente dependiente de lo que diga tu doctor y las decisiones que a tu alrededor sobre ti se tomen. Un estado que puede dejarte tan mal como nunca has estado, que puede terminar con tu vida conocida o que por el contrario puede traerte de regreso a la vida.
Bueno es el Señor; es refugio en el día de la angustia, y protector de los que en él confían. Nahúm 1:7
Un diagnóstico tan pesimista como suena, Un diagnóstico tan real como cualquiera que pudiera verse en un hospital, que en mi caso, me dejaba a la disposición total de Dios. Me dejaba totalmente dependiente del qué y él como él se me movería alrededor de lo que yo haría, mi mente y corazón estaban totalmente decididos a vivir para él y por él. Un diagnóstico que me mostraba tan vulnerable como cualquier otra persona al punto de morir; pero tan fuerte como cualquiera dependiente de Dios.